“Todo lo que nace proviene necesariamente de una Causa; pues sin Causa, nada puede tener origen”
Platón
(Atenas, 427 A.C./ 347 A.C.)
Filósofo griego, seguidor de Sócrates y maestro de Aristóteles.
En sus profundas apreciaciones científicas, Albert Einstein llegó a concebir la Causalidad como un dilema, pues sin ella todos los asuntos humanos no tienen efectos. “Dios no juega a los dados con el Universo”, llegó a expresar.
Un elemento propicio para argumentar un efecto es el relativo a “su Causalidad”; entendiéndose la Causalidad, como la corriente filosófica, “científica”, práctica y material que individualiza toda condición previa, necesaria y suficiente para producir un efecto o serie de efectos tangibles. En su amanecer, la Causalidad era una “teoría” filosófica solamente, argumentada por filósofos como Aristóteles de Estagira (384 A.C./322 A.C.), Galileo Galilei (1564 D.C. / 1612 D.C.) , Francis Bacón (1561 D.C./ 1626 D.C.), David Hume (1711 D.C. / 1776 D.C.), John Stuart Mill (1806 D.C./ 1873) y otros.
En el seguro se le ha considerado como factor esencial, para dilucidar las variadas causas que pudieran activar determinados eventos, generalmente adversos o dañosos. Para algunos tratadistas, la Causalidad es la relación estrecha entre las causas y los efectos, siendo hoy un complemento científico que es aplicable en la ingeniería, en la física, en la actividad aseguradora (en materia pericial), en las estadísticas, en la criminalística, en el derecho y en muchas otras actividades humanas. Como fundamento gramatical, la Causalidad es un sustantivo femenino que significa vinculación entre la causa y el efecto (o resultado) de una cosa.
Para encontrar su raíz, debemos recurrir primeramente a las doctrinas de sabios como Francis Bacón y David Hume, que analizaron científicamente las bases de la Causalidad. Sobre el primero, Francis Bacón (Barón de Verulam, fue estadista y filósofo inglés del siglo XVI) estableció que sería imposible para el derecho, presentar argumentaciones sin encontrar las causas de las causas; a él, se debe el padrinazgo de la Causa Próxima, filosofando que simplemente bastaba averiguar la última causa que precedió al evento o efecto.
En referencia al segundo (David Hume, filósofo e historiador escocés del siglo XVIII), inauguró toda una escuela del pensamiento alrededor de sus doctrinas de Causa y Efecto. Según Hume, filosóficamente distingue dos relevantes clases de razonamientos en torno a la Causalidad: Relaciones de ideas y cuestiones de hecho, y reafirma que la llamada Causa-Efecto se direcciona a dos actos de la experiencia, que se suceden normalmente juntos o separados en el espacio y en el tiempo. Primeramente, la Causa y posteriormente, su Efecto, que pudieran estar cercanos o medianamente distantes.
Una gran parte de los doctrinarios sobre la materia, argumentamos que el tiempo transcurrido entre Causa y Efecto necesariamente tiene que ser a corto o a largo plazo, pero eso no afecta la cuestión, una vez que se crea la estrecha vinculación entre la Causa y el Efecto. Por supuesto, con el Tiempo se genera el Efecto, producto de esa causa.
Lo que, si debe quedar claro, es que, la Causa debe preceder siempre a su Efecto, pues no tendría sentido la Causalidad como escuela filosófica y científica. Es decir, la Causa va primero, y el Efecto, le sigue su suerte.
En su acepción más amplia, la Causa es aquello que hace que el Efecto, sea lo que es; es así que, a los primeros sucesos en una relación los llamamos Causas, y a los segundos, Efectos. Antígono Donati (en su obra “Los Seguros Privados”), aduce sobre la “necesidad y suficiencia calificada del evento previo”, para que pueda generarse la causa; de ahí, que ésta sea el antecedente que además de ser necesario, parece idóneo para producir por sí solo el efecto.
Para el destacado investigador alemán Maximilian Von Buri (1746-1806), la Causa es la suma de las condiciones necesarias para producir el Efecto y la falta de una, hace ineficaz al resto. Más temprano, Galileo y Hobbes señalaban que la Causa es la adición de ciertos componentes científicos, de modo que, si uno de ellos no se activa, el efecto no se produce; de por sí, el Efecto es espontáneo, tan a la par, a la Causa que lo genera.
Lo anterior tiene impecable manejo en el entorno asegurador, toda vez que, al personarse una reclamación dañosa, tanto asegurado (si desconociese su origen) como asegurador se encuestarán por la Causa que esclarezca el acaecimiento del perjuicio sufrido. Luego verificaran, si determinada Causa corresponde a uno de los riesgos que se encontraban “protegidos” por un seguro, y si, en conclusión, el compromiso contractual es exigible y al asegurador, le corresponde resarcir la indemnización.
El destacado Profesor Howard Bennett manifiesta que la Causalidad “es pieza primordial en la descripción de la trascendencia de los contratos de seguros” y el Doctor Efrén Ossa, sostenía que las exclusiones, legales o contractuales, debían emplearse con un discernimiento causal. Sea próxima o remota, directa o indirecta, mediata o inmediata, lo resaltante es que la Causa sea eficiente, preponderante y determinante en la calificación y cuantificación del daño.
En lo personal, he catalogado a la Causalidad como una doctrina, pues mi punto de vista infiere que está sumamente ligada a la futura y justa Indemnización (en el delicado tema del seguro), es decir, la Causalidad se subordina a aquella (La Indemnización), quien le otorga el mandato.
De manera que, una Indemnización sin Causalidad y sin su efecto, no tiene sentido alguno.
Fuente: ·Fundamentos Históricos y Pedagógicos de la Actividad Aseguradora”
Autor: Profesor J. Pastor Ascanio Heres